Thursday, April 24, 2008

Palabras de Edmundo Bracho, leídas como presentación de la novela “Peor que tú”, de Gabriel Torrelles



Muy pocas veces este desastroso mundo confabula a tu favor. Afortunadamente, en esta oportunidad sí ocurrió. El día del bautizo de Peor que tú tuve el mejor padrino con el que un escritor necio e inexperto podía contar. No fue sólo el respaldo de su nombre y prestigio. Fue que Edmundo Bracho se leyó mi novela, la sintió, la entendió y además escribió esto que estás a punto de leer.
Muy pocas veces este desastroso mundo confabula a tu favor.
Pero tuve demasiada suerte de que, al menos por esta vez, lo hizo conmigo.
Gracias Edmundo. Por esto. Por todo.

G.



Leyendo la novela “Peor que tú” de Gabriel Torrelles se hace muy tonificante tener la posibilidad de medirnos frente a un texto que se distancia de las nuevas normas de la narrativa venezolana, me refiero incluso a aquella que hoy llaman joven narrativa o urbano-contemporánea o de nueva generación o pare usted de contar. Al fin y al cabo, son propuestas que parecieran casi siempre modeladas desde una misma intención de tono, con su algo telúrico, con su algo de sitio común, con su algo de nombrar las cosas y el mundo un tanto estadarizadamente. Propuestas, digo yo, que parecieran extender en complicidad esa terrible tradición tan latinoamericanista que nos viene a ser una suerte de tara a la hora de enunciar lo que tenemos al frente sin remilgos moralistoides o ideológicos. Sin tener que encaramarnos sobre algún teorema sociológico o sociologista. Trataré de explicarme mejor: nos tienen acostumbrados a una tradición donde para, por ejemplo, describir una mesa de cuatro patas, y un frasco de sal y otro de pimiento sobre ella, hay que rocear la fulana mesa, y el fulano frasco, y el fulano universo entero de una pátina de lo sistémico y sus jadeos, totalizadores.
Nos hablan de las razones morales por la cual la mesa ahí está, de su dónde ideológico, de su relación con el individuo histórico, de la hiperconsciente lucha de clases, una explicación totalizante que termina casi en un culto que termina por aturdir. Un despotismo ilustrado es eso; y está vivo y coleando. Incapaces del sano y esencial objetualismo. Incapaces de escribir “una mesa de cuatro patas, y un salero, y un pimentero… y una chica sentada aquí y un chico sentado allá… y un par de cojones sobre la mesa”.
Era la pendenciera autora Albertine Sarrazine quien redactó desde la cárcel que “un escritor de verdad es aquel capaz de poner los cojones sobre la mesa, donde sea y frente a quien sea”.
Una frase soez, convulsiva quizá, pero que nos remite al escritor que actúa bajo el impulso de purgarse sobre la página. Quiero decir: exorcizarse.
Eso ciertamente tiene nuestro autor, Gabriel Torrelles. Porque su novela “Peor que tú” es un ejercicio que, en su intención esencial, se encuentra en las antípodas de aquellas novelas que buscan fulgurar desde el equilibrio, lanzando un guiño tras otro a un virtuosismo naftalínico, hediondo a lo ya visto desde lo correcto. En “Peor que tú”, Torrelles usurpa las formas del exceso directo así cono el asomo de cierta herejía, extrayendo casi las últimas consecuencias de la rabia. No en balde, la palabra “odio” sea quizá la que más aparece en todo lo extenso del texto. Una rabia que muchas veces aparece con el rigor de la aberración, y más, de la provocación. Y como sabemos, la provocación desconoce el matiz, la mesura. La rabia se purga, se exorciza, o de otro modose vuelve explosión mortífera.
Así, la protagonista, Barbie de nombre, mujer naciente en el dolor, una anti-Lolita hastiada por los espejos y por ese ensordecedor coro que significan los demás, garabatea en su cuaderno una bitácora de rabiosísima intensidad. Escribe en azul porque ese es el color de su ira. Yo diría que sí: azul es el trazo que mejor prefigura y figura la cólera. No en balde, mi arquetipo de la arrechera, el mismísimo Hulk, fue en un principio de pigmentación azul grisácea, hasta que la envidia de algún cretino decidió dibujarlo verde.
Crecer es justamente aceptar del dictamen del espejo, de las complacidas voces de la apariencia, y ante el creciente hastío y el terrible inconveniente que eso significa, el personaje de Barbie convulsiona de manera sostenida al tiempo que fragmentaria, y emprende pues un viaje de lo corriente a lo radical, al filo de un vértigo muy conciente, y también muy nocivo. “Aprender –dice uno de los recurrentes aforismos del narrador– del dolor de los otros”. La andanza arrebatadísima de Barbie, esa que determina apenas un demiurgo narrador –un apenas demiurgo narrador– se va confesando abierta, crudamente, en sus pálpitos por adelantarse como la peor, la peor de todo: las más indolente, la más molesta, la más extraviada, la más aberrada, la más puta de su santidad. Y lo inevitable sucede: Barbie está a punto de convertirse en un caso, mucho más que un personaje. Un caso de perdición errante.
Parodias de ménage-a-quatre hollywoodense, juegos masturbatorios entre freaks limítrofes, estallidos piromaniacos del más resuelto capricho adolescente, sueños de eterno retorno al nunca jamás entre explosiones de alto calibre. Como en la fantasía de toda experiencia-límite, el personaje/los personajes de Torrelles, nos invitan a ser parte, al menos desde las gradas, del epiléptico tejido de una suerte de ethos del me-cago-en-todo, del absoluto impurísimo. Nada, nada, nada, nada mil veces, escribe Barbie en su cuaderno, y con su tinta azul. Realmente la nada son sus ráfagas interiores, su voluntad algo temblorosa de acometer lo indecible, lo bajísimo, lo peor. Pero, a decir verdad, los personajes de Torrelles no son nihilistas puros o nihilistas en la acepción clásica del término. Diría que, mucho más que nihilistas, más que tratarse de un grupete de cruzados sistémicos de la nada, son de esos negacionistas que se crispan frente a la evidencia de su propia rabia incesante. Se presentan al mundo, y el mundo a ellos, en estado de agonía, no a partir de una visión totalizadora de la nada suprema. No poseen una visión suficientemente organizada para refutar lo existente como algún místico engañado. Son incapaces de imponer un orden a partir de la nada. Más bien, van negando todo lo que les espera, ese futuro que prefieren se vaya en fuga de azul rabioso en lugar de tornarse en color homogéneo, y peor que eso: terriblemente homogeneizante.
Además, Gabriel Torrelles tiene el mérito de imprimirle un lirismo casi romántico a sus personajes, y un tanto también al tenor de sus lacónicos símiles, de sus metáforas sucias y romas. Ya lo decía el arrogante de Hemingway: las personas más crueles son siempre las sentimentales. Y de ellos estamos rodeados en los párrafos de “Peor que tú”.
Nadie procura “portarse bien” sino es para asir el afecto del otro, así sea de la manera más trastocada e hiriente. Y avanzan así los personajes en procura de lo peor, de decir, en busca de su “peoridad”, esmerándose sobre lo peor, haciéndolo estallar. Ir más allá sin detenerse nunca, sin jamás recular ante la mueca del coro o el peligro descifrado en la convención. Pero no les visita ni la suerte ni la desgracia de poder anclarse en un absoluto que los salve o redime; se van creando sus propias abismos –ayudados por el capricho trastocado del narrador–, y sabemos bien que todo abismo abre otro abismo, un abismo nuevo para hundirse nuevamente, sea con la canción de Lou Reed o de Depeche Mode de fondo. Sin matices, sin advertencia. A los coñazos.
Esos abismos, se dirá, son en esencia “estados del ser”. Los estados que mejor ha sabido explorar Gabriel Torrelles en su novela. Una novela-cuchillo. Punzante navaja sobre aquellos estados turbados, y siempre abismales, del ser. Una navaja que esperamos pueda desde ahí, desde los párrafos que la dibujan en páginas, atravesar al menos un corazón. Y eso es lo que importa realmente, como lo dijo Jean Cocteau. Escribir para atravesar sólo un corazón. Así, en el furor pleno de la rabia.


Edmundo Bracho
Caracas, 6 abril de 2008.

Labels: , , , ,

Thursday, April 03, 2008

Bring it on


Un cuento corto.
Escribí la primera, la segunda, la tercera y todas las demás líneas que eventualmente se convirtieron en el primer capítulo de “Peor que tú” hace exactamente siete años. Lo hice en medio de una borrachera bastante vergonzosa en un pequeñísimo piso de Madrid mientras veía a través de Televisión Española imágenes del golpe o lo que sea que haya pasado en Venezuela ese abril.
Tomé ese primer borrador y lo registré como registro todas mis cosas. Suelo ser bastante cuidadoso con eso y luego, cuando me enfrentaba a problemas un poco más complicados que continuar escribiendo lo que podría convertirse en una novela (cosas como qué diablos iba a comer sin un euro en el bolsillo), simplemente lo imprimí y lo guardé entre el resto de los borradores de las cosas que hice el tiempo que viví en España.
Luego llegué a Venezuela, me hice editor de urbe y me olvidé de escribir esa novela. Era preferible y rentable escribir cada semana un editorial en el que —como no— robé mis propias frases y las fui soltando por ahí, sin que tuvieran conexión entre sí al principio, hasta que entre el 2004 y el 2005 la Cadena Global me pidió abrir un blog que me sirvió, entre otras cosas, para encontrar esa conexión que me hacía falta para continuar con ese boceto de la primavera de 2001 y que finalmente, a principios de 2006 convertí en ese librito de 240 páginas que nunca quiso ser libro.
Entonces uno se da cuenta de que va soltando frases por ahí y que cualquiera puede agarrar y decir que son suyas sólo porque se han pasado tanto tiempo como yo leyendo a los mismos autores.
Afortunadamente, mi novela desde un principio deja claro que Chuck Palahniuk y Ray Loriga han sido sampleados y homenajeados hasta la saciedad en sus páginas. Lo hace porque es la verdad y porque no le importa que las palabras de los autores que más admiro en el puto mundo estén dentro de ella, sobre todo porque esa novela jamás hubiese existido si su autor no se supiera de memoria algunas de las metáforas más arrechas de la literatura moderna.
Pero tras tantos años escribiendo periódicamente, mes a mes, semana a semana y en casos excepcionales de inspiración, día a día, lo que miles de personas han leído y amado y odiado según sea el caso, es absurdo que haya personas tan malintencionadas como para atreverse a asegurar que lo mío no es mío.
Eso no es lo triste. Lo triste es que, siendo personas a las que todavía considero sumamente talentosas, tengan que recurrir a basura de ese tipo. Y lo peor es que no entiendo la razón. Es decir, ¿existe la posibilidad de que encuentres una frase maravillosa que hubieses querido escribir tú y que eso te haga pensar que en realidad lo hiciste?
Puede ser. A mí me ha pasado muchísimo con ese par de escritores a los que tanto recurro cuando creo que nada tiene sentido. Pero tengo los cojones suficientes como para no perder la cordura y darles el crédito que merecen en el altar de mis héroes personales.
Sin embargo, no sé. A veces creo que confío demasiado en las buenas intenciones de la gente y me olvido de que todo el mundo es básicamente pura mierda y que cualquiera se cree Borges por haber escrito una que otra frase afortunada y que eso lo angustia demasiado, porque a diferencia de los que de verdad sudamos y no tuvimos como comprar comida y en realidad no tuvimos nada más que nuestras palabras para sobrevivir, a ellos les da demasiado miedo no volver a escribir algo decente nunca más, eso si es que en realidad no viven en la ficción esquizoide de que en realidad lo hicieron.
No quería escribir esto. Mi chica no estaba de acuerdo con que lo hiciera y yo mismo dudo que sea una buena idea. Pero lo hago por dos razones. La primera es que quiero pensar que de repente quien se haya atrevido a decir cosas sin sentido se dé cuenta de que un buen escritor se hace escribiendo historias y no reclamando las que no se le ocurrieron primero. La segunda razón es que no pienso volver a hablar del tema nunca más.
Todavía me gusta como escribes y creo que tienes potencial de hacer algo mil veces mejor de lo que yo podría hacer si te pones a trabajar en lugar de ponerte a inventar mentiras que justifiquen que vivas quejándote como una niña. Es por eso que esta es la última vez que te prestaré atención.
Pero si quieres fastidiar tengo cientos de chicos que podría reconocer un texto mío a mil kilómetros entre cualquier imitador de mala fé y cientos de chicos también que podrían decirte cuántas de las frases que dices que te pertenecen están en cualquiera de los doscientos editoriales que guardan celosamente en sus cuartos y también el registro de propiedad intelectual de una novela que comenzó a escribirse cuando tus poemas eran pobres copias de las peores canciones de Kurt Cobain.
So, bring it on!
(Sí, así se llama una película de cheerleaders gringas a las que irónicamente te quieres parecer tú)